sábado, 3 de marzo de 2012

Lideres fascistas

Fascismo italiano y Nazismo alemán

El fascismo italiano

La formación del Estado fascista en Italia arrancó en 1922. Dos décadas más tarde, concluyendo la II Guerra Mundial, llegaría su fin, cuando el último reducto de Mussolini, la República de Saló (República Social Italiana), sustentada por los alemanes, fue derrotada por los aliados.

El líder indiscutible del fascismo italiano fue Benito Mussolini, Se formó como maestro de escuela y ejerció como tal durante cinco años, militó en el Partido Socialista Italiano desde 1900 hasta 1914, fecha en que fue expulsado de la organización por defender la entrada de Italia en la guerra, frente al neutralismo del partido.

En 1919 constituyó en Milán el grupo de carácter paramilitar los “Fasci di Combattimento” (fascios italianos de combate), grupo paramilitar, de ideología ultranacionalista, anticomunista y antiliberal, cuyos miembros lucían uniformes de color negro. De ahí surgiría en 1921 el Partido Nacional Fascista.

Mediante la acción violenta sobre socialistas, comunistas, anarquistas y, en general sobre todos los demócratas italianos, logró alcanzar el poder en 1922, creando un régimen totalitario constituido en precedente y modelo de otros tantos surgidos en Europa a lo largo de la década de los treinta.


Los orígenes del fascismo italiano

La génesis del Estado fascista ha de vincularse con la crisis que azotó Italia al final de la I Guerra Mundial. Alineada en el conflicto con Francia, Gran Bretaña y Rusia salió vencedora del conflicto, pero lo hizo aquejada de serios problemas económicos, sociales y políticos que dieron lugar a una fuerte conflictividad y propiciaron el descrédito del sistema parlamentario liberal.

Económicamente, el país concluyó la guerra debilitado, con un industria dañada, con el norte muy afectado por los combates y con una todavía anticuada estructura rural en el resto. El paro y la inflación fueron en constante incremento.

Socialmente, la crisis económica condujo a una notable agitación en los sectores más radicales de la clase obrera, partidarios de tesis revolucionarias del estilo de las desarrolladas por los bolcheviques en Rusia. Esta situación sembró preocupación entre la clase media y la gran burguesía, a partir de entonces, atraídas por la acción contrarrevolucionaria y violenta de los fascistas frente a la izquierda.

Políticamente, el nacionalismo italiano se sintió herido al interpretar que Italia había sido maltratada en las negociaciones llevadas a cabo por los vencedores en la Paz de París. Este sentimiento fue hábilmente explotado por Mussolini quien en todo momento hizo alarde de una política de exaltación patriótica.


El estado fascista italiano

El régimen fascista abolió los derechos políticos y los sustituyó por una estructura de carácter corporativo que subordinaba la esencia y la iniciativa individuales al interés nacional. Todo quedaba sujeto al Estado: como Mussolini expresó: "Todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado"

En 1925 una ley le otorgaba plenos poderes. Sometió a control al partido único desprendiéndose de los elementos que menos confianza le inspiraban. El Partido Fascista quedó relegado a mero instrumento propagandístico, útil para encuadrar a un creciente número de militantes. Las funciones que teóricamente le correspondían fueron asumidas por el Gran Consejo Fascista, en estrecho contacto con el Duce, quien recurrió para ejercer su gobierno al uso de decretos ley.

Los partidos políticos fueron suprimidos -salvo el Nacional Fascista- mediante la Ley de Defensa del Estado. La oposición fue eliminada, los intelectuales silenciados. Se creó un Tribunal especial para juzgar los casos relacionados con los delitos políticos al tiempo que se instituía una policía, la OVRA ("Organización de Vigilancia y Represión del Antifascismo), creada en 1926 y especializada en la persecución de la disidencia.







El nazismo alemán

La llegada al poder de Hitler en 1933, a través de las urnas, arruinó la experiencia democrática de Weimar y supuso la implantación de un Estado totalitario basado en una dictadura personal. Las repercusiones a nivel internacional fueron enormes. En los años treinta Alemania emprendió una política de rearme en una estrategia agresiva y expansionista que condujo a la Segunda Guerra Mundial.

El nazismo no puede entenderse sin la figura de Adolf Hitler, quién consideró la firma del Tratado de Versalles como una humillación inaceptable y se impuso la tarea de devolver a Alemania su papel de potencia respetada y temida en el mundo.

En 1919 Hitler se afilió al pequeño Partido de los Trabajadores Alemanes. Un año más tarde esta formación adoptó el nombre de Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores, más conocido por "Partido Nazi".


El Estado Nazi

El nuevo parlamento emanado de las urnas en marzo de 1933 confirió a Hitler, mediante decreto, plenos poderes durante cuatro años. Ello implicó la aniquilación del sistema democrático. La acción política llevada cabo por Hitler se materializó en la creación de un régimen totalitario, que eliminó del campo político y social cualquier rastro de oposición.


La política internacional de Hitler se consagró desde sus inicios en censurar el Tratado de Versalles. A raíz de su firma, un amplio sector del ejército y la derecha acusó a los nuevos gobernantes de haber traicionado a Alemania, haciéndolos responsables de lo que consideraban una paz vergonzosa realizada a espaldas del pueblo.

El eje fundamental de sus relaciones con el exterior estuvo constituido por una política expansionista y pangermanista (unión de todos los alemanes) que sirvió de instrumento para llevar a la práctica la teoría del “espacio vital”, necesaria para asegurar el desarrollo demográfico y económico de Alemania.


En octubre de 1934 Alemania abandonó la Sociedad de Naciones y la Conferencia de Desarme, rompiendo así con el orden internacional instituido. Su política se hizo cada vez más agresiva, materializándose en un enérgico rearme cuya evidente motivación, además de la económica, era la preparación para la guerra.

En marzo de 1938 Austria era anexionada al Tercer Reich, concluyendo una de las máximas aspiraciones de Hitler, el "Anschluss"o agrupación política de todos los hermanos alemanes.


Más tarde, en octubre del mismo año, invadió con el beneplácito de Francia, Reino Unido e Italia, expresado en el Pacto de Munich, los 28.000 km2 por la que se extendía la región de los Sudetes (Bohemia y Moravia), bajo la soberanía de Checoslovaquia y donde residían unos tres millones de personas de ascendencia alemana, deseosos de pertenecer al Reich. En marzo de 1939 invadió el resto de Checoslovaquia, fundando con sus territorios un Protectorado dependiente del III Reich.

Finalmente, el 1 de septiembre de 1939, sin declaración previa de guerra, invadió Polonia, provocando con ello el estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Tomado de: www.claseshistoria.com